Rodolfo ama la lectura gastronómica e igual que yo, él es más bien adicto a la lectura. Es un cocinero venezolano titular de La Casserole du chef, tenemos la común competencia de nuestra permanente afición por las bibliotecas. Me está ganando en eso de llevar al límite las compras compulsivas de libros de cocina de segunda mano, de todas partes de Google, y del mundo.
Cómo hacerse amigo de un cocinero que lee.
Rodolfo y yo nos conocimos una vez, y dos veces. Pero fue al tercer encuentro que reconocí en Rodolfo una conversación de provecho, verbigracia su abordaje no solo traspasó mi timidez, su historia no calificó para agregarlo a mi grupo mental de”los advenedisos”. Me bastó escucharlo decir “que leía sobre cocina” para postular su propuesta amistosa a un casting.
-Dices que tienes muchos libros-
Tiene varios, lo cual no influyó en mi postulación de aceptar su solicitud de amistad, más sí su comentario coherente, al menos para mi, sobre la ambiciosa ansiedad de ampliar su biblioteca. Coincidimos en la idea de que los libros y los vinos deben ser sometidos al mismo análisis sensorial. Que una portada, un lomo, un título es un objeto del deseo y que con el tiempo uno se vuelve experto en catas deductivas de libros.
Solicitud de amistad, capítulo uno.
Rodolfo se ganó un lugar en mi curiosidad y una invitación al cumpleaños 96 de Don Armando Scannone. Yo iba de acompañante de Luis Camargo mi amigo sibarita. De la cadena de invitados al onomástico Rodolfo era entonces el último de la fila y no por eso menos importante, ya que dentro de su morral de camping cargaba el pase de honor. Siete kilos de la colección completa de todo lo publicado sobre Scannone. Libros según él leídos, confesos y a la espera de una tímida petición de la firma de su autor. Realmente la casa de Don Armando fue el escenario propicio para aceptar su solicitud de amistad. Desde que el mundo es mundo, tener amigos es un privilegio. Pero en Venezuela los amigos “se van del país” y las relaciones se diluyen en la relatividad teórica de Zygmunt Bauman. El abrazo que selló la emoción de cenar en la quinta Santa Fe nos ahorró la despedida en el aeropuerto internacional de Maiquetía.
Rodolfo cocina, se lee cocina.
Rodolfo cocina en Perú, pero más que a Perú se fue al mundo a demostrar que desea ser El mejor Chef entre muchos. Bauman hubiera escrito un capítulo aparte sobre el amor líquido de haber conocido la amistad entre dos venezolanos. Pese a su nostalgia Rodolfo me cuenta que llegó lavando platos y por fortuna creo que tanta agua desprendió de su gentilicio esas ínfulas muy propias de los venezolanos en el extranjero. Me entusiasma con invitaciones imaginarias a acompañarlo en largas caminatas por la ciudad, con breves pausas en comentarios sobre hallazgos de algún autor o libro pendiente por comprar para su biblioteca. Rodolfo me desafía al goce de leer, sin que eso descuide su enfoque por encontrar trabajo en un restaurante. Su registro bibliográfico lo llevó a Felix Brasserie de Rafael Osterling. Allá hace fondos base, pastas de ají amarillo, mirasol y panca. Confita ajos, porciona el atún, muele maíz y carne para hamburguesas. También se prepara para hacer el turno de la noche y visitar otros restaurantes. Además de todo eso lee. Lee por la noche en el parque que tiene al frente de su habitación: Comer en Venezuela, Gastronáuticas y “por supuesto” Mi Cocina Rojo. Lee y cocina: Cocina, se lee cocina.
il commendatore
A Rodolfo le inquieta instalarse en Europa. Con todo y sus libros. En Venezuela su afición de coleccionar textos gastronómicos la asisto yo. Así me he convertido en il commendatore de sus compras y partícipe del sueño (de él) de tener la biblioteca más sólida y completa de gastronomía jamas deseada por cocinero alguno. Yo también colecciono mis propios favoritos de cocina, pero Rodolfo me está ganando y como ya soy amiga de un cocinero que lee, lo voy a ayudar.