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Casi es media mañana y ya caminé Caracas de Sur a Norte. Desafiando la rutina casi bélica de la ciudad trazo mi propia agenda. Estoy en la marcha del café. Esta vez los caraqueños no están manifestando, parece un día cualquiera y en las aceras los transeúntes montan una escena laboral, llena de gabardina y maletines, motos, tacones y carteras. Cada dos esquinas los buhoneros exhiben termos con guayoyo y a pesar de la demanda no caigo más nunca en la trampa de espabilarme con ese bebedizo de procedencia dudosa. Confieso que lo he hecho, pero no hoy, porque estoy en la marcha del café. Mientras descubro mi Ítaca hago un recorrido visual y compruebo que las construcciones avanzan ruidosas y empinadas, los comercios abren sus puertas y los edificios empresariales recrean una dinámica de país “en vías de desarrollo”. En las cafeterías hay mujeres muy hermosas disfrutando de un cappuccino. Parecen desligadas de la escasez, siendo su único vaporón el que sale de la máquina de expresso. Me pregunto si la crisis tiene día de parada. Trato de aclarar mi confusión y preciso por segundos las conversaciones de los peatones que me pasan por el lado. Sus historias iban y venían con velocidad, frases entrecortadas y cargadas de coraje, piedras, bombas lacrimógenas y mucho humo. Nunca fue tan emocionante pararme en el semáforo y armar en 45 segundos un guión de los sucesos tan sucinto y urbano. Absorta y angustiada me refugio en el banquito de una plaza. En realidad es una gran redoma vegetal  rodeada por uno de los cinturones empresariales más potentes de la ciudad. Hago una pausa y decido que a pesar del pandemónium debo retomar la marcha del café.

Un cafecito

El único contacto previo con mi Ítaca había sido un correo electrónico solicitando una entrevista. El señor Pietro Carbone me envió su móvil personal como respuesta y por cosas de la vida yo decidí llamarlo, ¡pero desde la misma entrada del edificio donde está Carbone Espresso Accademia de cafféEl edificio es pequeño, de arquitectura moderna e italiana, tanto que a nivel de calle la familia Carbone tiene una sastrería muy prestigiosa. Un poco distraída me paseo entre la urdimbre de tejidos lujosos que colgaban con regia elegancia. Más que ropa esa vitrina demostraba el espíritu tan europeo de trabajar a toda costa y que a pesar de la crisis todos tenemos el rol de cumplir con la responsabilidad de sacar el país hacia adelante.

Baristas de Carbone espresso
Baristas de Carbone espresso

Desde mi posición hago la llamada a Pietro, pero me atiende …Carlos… un tal Carlos que me arruina el speech telefónico posponiendo mi ya improvisado encuentro para otro día. Esquivo la brecha y empeñada le explico que estoy aquí, en el sitio. Carlos se convierte en ángel y me dice, ¡pues si estas aquí sube! Seguí por el pasillo atraída por el aroma, como la mejor y única señal de ir por buen camino, subo por las escaleras al segundo piso. Los baristas y Carlos, (ahora el angel barista) conversan en la entrada y me invitan a pasar.

Café Accadémico

Café accademico
Café accademico

Estábamos La Accademia, Pietro y yo. Aún sin una gota de cafeína en la sangre tenía los ojos aguarapados sólo con la presencia sencilla de Pietro Carbone y mi mano entre la suya. Quedé casi muda pero mi sonrisa explicó mi intención de entrevistarlo,

Carbone decía:   -tranquila, tranquila-.

Después puso fecha y hora a la cita. Antes de retirarse tuvo la gentileza de ordenar un cappuccino para mi. Se lo pidió a Carlos, por cierto. Pietro se fue y todo lo demás se quedó. Vi el espacio decorado en tonos obviamente sepia, en las estanterías las máquinas Rancilio, las Aeropress, los objetos, todo se podía tocar y usar. Hojeé un par de libros sobre la semilla y los procesos. Como parte del ambiente el último entrepaño de una de las bibliotecas sostenía una portada con la imagen de Don Armando Scannone que parecía un espectador satisfecho. Los baristas daban clases en Carbone Espresso Accademia de caffé. Todos los alumnos estaban atentos a Karen, Franklin, Daniel, Carlos y César que muy enfáticos desempolvaron y sacudieron de sus cabezas las malas costumbres sobre la cata del café.

Pasión por el café
Pasión por el café

La Marcha del Café

Mientras tomaba mis notas se acercó Carlos con una gran taza blanca y caliente, la traía servida en un plato de cerámica que hacía juego. Lo escuché decir que él era el más severo de los instructores, todos los alumnos esbozaron una sonrisa como demostración de desacuerdo. Mi cremoso cappuccino también se llama marrón, indicó el barista. Rompí de un sorbo el corazón dibujado en el latte art. Sentí que el placer de realizar la marcha del café estaba es su máxima expresión. Sin azúcar añadida porque ya el dulce está implícito, como la crema y la leche que hacen la reverencia perfecta al espresso. Los aromas torrefactos del ambiente pronto se sintieron invocados por mi boca.

Ahí quedaron atrapados. Mientras me despedía tomaba las últimas fotos con mi cámara, no obstante, las imágenes de mi memoria seguirán siendo las primeras de un recorrido por la experiencia del café. Esto apenas es el comienzo. Me voy casi levitando hacia la avenida principal saboreando las últimas notas de retrogusto. Me siento en un banquito de otra plaza; esta vez no deseo escuchar rumor alguno. Estuve en la marcha del café, en la Accademia de Pietro Carbone. Las notas de sabor casi desaparecen de mi paladar. Y recuerdo a Ruben Darío:

 

“La princesita está bella,

pues ya tiene el prendedor

en que lucen, con la estrella,

verso, perla, pluma y flor”.

(Y un buen café)